Brasil en la encrucijada latinoamericana


29 julio, 2022


La campaña presidencial ya entró en su recta final.

El domingo pasado, un Bolsonaro decidido a conquistar el voto femenino, el voto joven y el de aquellos que pasan hambre en Brasil lanzó la campaña para su reelección junto a su compañero de fórmula, el ex ministro de Defensa, Gral. Walter Braga Netto. El evento fue realizado en el pabellón deportivo Maracanazinho, en Río de Janeiro, cuna del presidente, estado gobernado por el Partido Liberal y uno de los más afectados por la pandemia.

El acto contó, en su apertura, con una oración del diputado federal y pastor evangélico Marco Feliciano. La presencia religiosa en un acto político resultó oportuna si se considera que, en 2020, el neopentecontalismo ya contaba entre sus filas con un tercio de la población brasileña, según estimaciones de Datafolha. Seguido de eso, Bolsonaro rescató un pasaje bíblico sobre el valor de “la mujer virtuosa” y entregó el micrófono a su esposa, quien indicó que su marido, un detractor manifiesto del aborto y de “la ideología de género”, fue el presidente que más sancionó leyes para la protección de las mujeres.

Antes de recorrer la pasarela tomando de la mano de Michel Bolsonaro, vestida de verde, el presidente prometió que, si es reelecto, mantendrá el principal programa de asistencia social, Auxilio Brasil, en 600 reales (poco más de 100 dólares). El mismo fue recientemente incrementado a partir de la aprobación en el Congreso de la Propuesta de Reforma Constitucional (PEC) que, con la excusa de paliar los aumentos en los Combustibles, declaró el estado de emergencia en 2022 en el país permitiendo dar rienda suelta a un gasto de R$ 41,25 mil millones en ayuda, a tan solo tres meses de las elecciones.

Los indicadores económicos del gigante sudamericano no se ven nada bien. La desigualdad en Brasil es tal que el 5% más rico de la población obtiene los mismos ingresos que el 95% restante. La deuda pública pasó de 78,2% en 2016, a 90,8% en 2020. En junio de este año, el conservador diario O’Globo publicó un informe donde se indica que alrededor de 33,1 millones de brasileños pasan hambre en la actualidad, basándose en los datos de la Segunda Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria en el contexto de la Pandemia de Covid-19 en Brasil. A poco más de un año, según el mismo informe, hubo un aumento de 14 millones de personas en condición de no tener qué comer cada día. La encuesta reveló también que más de la mitad (58,7%) de los brasileños viven con algún grado de inseguridad alimentaria. La situación lleva al país al mismo nivel que en los años 90, es decir, en un retroceso de 30 años.

Bajo los lemas “Por el bien de Brasil” y “La lucha del bien contra el mal”, Bolsonaro, bautizado el Trump del Trópico, pronunció su discurso ante una audiencia que exhibió carteles ensalzando a dios, la patria y la familia y alguna foto de Donald Trump.

El mandatario confesó que ora por no ver a su país bajo los designios del comunismo y llamó a sus votantes  a “atraer a los jóvenes de izquierda” para hacerlos comprender hacia dónde los lleva su candidato, en referencia a Luiz Inácio Lula da Silva, Lula. Bolsonaro indicó que su ahora contrincante apoyó gobiernos que hacen pasar miserias a sus países y, como ejemplo de ello, mencionó a  Argentina y Venezuela.

No está muerto quien pelea

En medio de una violenta campaña, que ya fue marcada por el asesinato de un dirigente petista, Bolsonaro, que había mandado a sus votantes a «ametrallar» a la fuerza de Lula, es forzado por su propio equipo de campaña a dejar de lado ciertas obstinaciones, como su postura en contra del voto electrónico, uno de los tantos rasgos que lo asimilan a Donald Trump, dado que lo ponen en posición de intentar desconocer los resultados electorales siendo Presidente de la República. Las últimas encuestas, le otorgan 28% de los votos que, aunque aún distante del 47% que mide Lula, lo colocan en segundo lugar en la carrera a la Presidencia. 

Reproductor de lógicas nacionalistas y artífice de un Gobierno que triplicó, según un estudio de el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA), la presencia de militares en cargos civiles de gobierno, Bosolnaro no esconde su postura anti Biden, al punto de coquetear públicamente con la idea de ausentarse de la Cumbre de las Américas. Para mayor complejidad y fiel al mandato de la economía, el gobierno del ex capitán se ha ubicado en materia de política exterior cerca de Rusia China, su mayor socio comercial y con quien mantiene un intercambio que en 2021 duplicó las cifras del comercio con Estados Unidos.

Hacia el interior, un conjunto de sectores articulados por la pujante burguesía paulista que lo bendijo al inicio de su mandato, parece haberle retirado su apoyo. Un manifiesto labrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sao Pablo fue difundido, esta semana, con la adhesión de sectores que en su momento apoyaron el derrocamiento de Dilma Rousseff en 2016, y acompañaron las medidas tomadas por Paulo Guedes. El escrito lo condena por amenazar las instituciones democráticas.

Según un informe publicado por Télam, entre los adherentes se encuentran los dueños del Banco Itaú, el mayor banco privado del hemisferio sur y la Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo (Fiesp), el jurista Miguel Reale Junior (coautor del pedido de juicio político por pedaleadas fiscales en el presupuesto contra Dilma Rousseff), la empresa Natura, la multinacional de la celulosa Klabin, la cementera multinacional Votorantim, Arminio Fraga (expresidente del Banco Central de Fernando Henrique Cardoso y titular del fondo de inversión Gávea), entre otros.

Esto no impidió a Bolsonaro convocar a sus adeptos a tomar la calle, el próximo 6 de septiembre en conmemoración de aquella emblemática marcha que reunió a miles de manifestantes para repudiar al Congreso y a la Corte Suprema de Justicia el año pasado.

La esperanza lulista recorre Latinoamérica

Frente al vendaval reaccionario y privatizador bolsonarista, que en el acto de inicio de campaña prometió “quitarle al pueblo el peso del Estado”, Lula recorre el país y la región prometiendo políticas para la reconstrucción de un Estado potente en la economía local. Lula prometió “meter en el presupuesto a los pobres y a los ricos en el impuesto a la renta”, al tiempo que realizó una enorme convocatoria “a los demócratas de todos los orígenes y matices, y de todas las religiones”.

“La lección más importante que he aprendido en 50 años de vida pública, ocho de los cuales he presidido este país, es que gobernar debe ser un acto de amor. Brasil es demasiado grande para ser sometido a este lugar de paria en el mundo”, dijo en el acto en que lanzó su candidatura en mayo pasado. Al mismo tiempo, indicó la necesidad de “reconstruir Brasil, con desarrollo sostenible, empleo y salarios dignos, protección social y con el pueblo en el Presupuesto de la Unión”. “El grave momento que atraviesa el país, uno de los más graves de nuestra historia, nos obliga a olvidar nuestras las posibles diferencias para construir juntos un camino alternativo a la incompetencia y autoritarismo que nos gobierna”, terminó por expresar.

Fiel a la encrucijada en la que se encuentran los proyectos progresistas latinoamericanos, aunque las recientes encuestas ofrecen a Lula una victoria, esta no será cómoda, ya que obligó al dirigente a la construcción de amplias alianzas, incluso, con los ya probados sectores golpistas.

Mientras tanto, los nuevos gobiernos de tinte progresista en Argentina, Chile, México, Colombia y Perú esperan con los brazos abiertos la llegada de un gobierno popular al gigante sudamericano. Con la riqueza de recursos naturales y la capacidad productiva, industrial y científica instalada, Brasil representa, junto a México y Argentina, un gran potencial de autonomía para el conjunto de la región, si pudiera desarrollarse una política común y coordinada que persiga la integración en beneficio de las grandes mayorías.

Si se logran evadir las tentaciones golpistas del bolsonarismo y las fracciones neoconservadoras, las fuerzas populares de Brasil y la región tendrán ante sí una oportunidad histórica para tensionar la dirección de sus gobiernos hacia un programa propio, con protagonismo popular y voluntad de transformación de una realidad tan difícil como esta, la de la pospandemia.

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Con información de El Destape

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