Trump no cede, pese a que las máximas instancias certifican su derrota


16 diciembre, 2020


«No cederemos. No nos romperemos. Nunca nos daremos por vencidos. Nunca abandonaremos. Nunca nos rendiremos». Mientras el Colegio Electoral certificaba la victoria de Biden, este era el mensaje de texto que la campaña de Donald Trump enviaba a sus seguidores.

«El presidente Trump cuenta con que darás un paso adelante, amigo», continuaba el mensaje antes de pedir donaciones monetarias a la campaña.

Desde el 7 de noviembre, cuando los resultados del recuento mostraban que Biden era el ganador de la elección presidencial, Trump ha enviado centenares de esos mensajes a sus bases. En muchos de ellos, repite las alegaciones de «fraude masivo» que ha defendido tras su derrota, pese a que no han presentado pruebas consistentes de ello y de que nadie, más allá de sus seguidores más leales, le ha dado la razón: ni las autoridades republicanas de estados decisivos, ni los órganos decisivos de su propia Administración -como el Departamento de Seguridad Nacional o el Departamento de Justicia-, ni, sobre todo, los tribunales. Los varapalos del Supremo en la última semana a su intento de dar la vuelta a los resultados de las elecciones fueron definitivos.

La persistencia de esos mensajes a sus seguidores, sin embargo, explican algo: el rechazo a la voluntad popular expresada en las urnas es la base de su relevancia mediática y política, en la actualidad y en el futuro.

Pese a la ausencia de pruebas, pese a que el proceso constitucional avance, pese a que hasta sus aliados republicanos reconozcan lo obvio y pese a que Biden sea investido como presidente el próximo 20 de enero, Trump hará del supuesto fraude su forma de vida, su permanencia en el candelero.

Hasta la fecha en la que Biden jure su cargo, mantendrá viva la llama de las acusaciones y de la posibilidad de un giro inesperado del guion que, como en la película en la que los buenos se acaban por imponer contra todo pronóstico, le mantenga en la Casa Blanca. Ayer mismo compartía con sus 88 millones de seguidores en Twitter las declaraciones de un diputado republicano fiel, Mo Brooks, de Alabama. «Puedo formar parte del grupo parlamentario que se rinde o puede luchar por este país», dijo en una entrevista en Fox News, en la que defendió que se opondría a los votos del Colegio Electoral de los estados decisivos en los que Trump perdió por poco (casualmente, son aquellos donde se ha producido el supuesto fraude electoral). Los aliados a Trump en esos estados -como Georgia, Pensilvania o Míchigan- celebraron votaciones paralelas con electores republicanos. No tienen ninguna validez legal, pero sirven para alimentar la ensoñación de una vuelta a los resultados. En el plan de Brooks, necesitaría que el próximo 6 de enero, cuando se reúne el Congreso de EE.UU. para certificar los votos del Colegio Electoral, un senador se una a su rebelión y no los reconozca. Es impensable que, aunque lo hagan, obtengan apoyos suficientes.

Un mes después

Otra leal al presidente, Amanda Chase -candidata a gobernadora de Virginia y que se califica como «Trump con tacones»- exigió al presidente que «declare la ley marcial» para no permitir el cambio de Gobierno.

De forma paralela a estas bravuconadas, la realidad se impone. También entre los senadores republicanos, que han preferido tardar en verla para no enfadar a Trump, con la vista puesta en las elecciones de Georgia (el 5 de enero se disputan los dos puestos de senador de este estado y, con ellos, la mayoría exigua de los republicanos en la Cámara Alta necesitan que Trump les ayude en la campaña).

Ayer, Mitch McConnell, líder republicano en el Senado, felicitó a Biden como ganador y le calificó, por fin, como presidente electo, un tratamiento que tradicionalmente se da al ganador de las elecciones desde que el recuento lo hace evidente (es decir, hace más de un mes). Muchos otros senadores republicanos siguieron el mismo camino. «Es hora de pasar página y empezar una nueva Administración», reconoció Shelley Moore Capito, usando la misma expresión que Biden el lunes por la noche para expresar la necesidad de ser realistas y aceptar los resultados. Sobre la posibilidad de disputar los votos del Colegio Electoral el 6 de enero, John Cornyn aseguró que sería «un gran error».

Nadie espera que Trump siga ese camino, ni siquiera el de los legisladores republicanos que solo aceptan la victoria de Biden a regañadientes. Su guerra contra los resultados electorales -un asunto de la máxima importancia que ha sacudido los cimientos democráticos de EE.UU.- le ha permitido tomar la temperatura de su control del partido. Y el termómetro marca que él sigue siendo el rey. El 82% de los votantes republicanos no considera a Biden ganador legítimo de las elecciones, y la mitad cree que no debe conceder la derrota incluso con el voto del Colegio Electoral, según una encuesta de CBS. La semana pasada, 17 fiscales generales y 126 diputados de la Cámara de Representantes mostraron su apoyo a una demanda frente al Supremo -el Alto Tribunal la denegó de un plumazo- para dar la vuelta a los resultados en cuatro estados. Con mensajes como el que arranca esta crónica, Trump ha recaudado fondos a mayor ritmo que en el final de la campaña.

Con esos mimbres, Trump tejerá su futuro político. En el horizonte, una candidatura a las presidenciales de 2024, que podría anunciar el mismo 20 de enero, para contraprogramar la investidura de Biden. Que acabe por presentarse es otra cuestión. Pondría en aprietos al partido y cortaría la visibilidad y financiación a candidatos de futuro, como su vicepresidente, Mike Pence; su secretario de Estado, Mike Pompeo; o su ex embajadora ante la ONU, Nikki Haley. Pero, de momento, le permitiría seguir en el centro del debate. Necesita atención pública porque es adicto a ella, pero también para revivir sus negocios, en franco declive tras su paso por la presidencia. La vida del expresidente es anodina. Sobre todo en aquellos que, como Trump, solo han durado un mandato. Lo saben Jimmy Carter o George H.W. Bush. Trump no se retirará a jugar al golf y a diseñar su biblioteca presidencial. Es imprevisible, excepto en una cosa: no dejará nunca de querer ser el centro de todas las miradas.

ABC

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