La temperatura marcó 35 grados Celsius el martes, pero la humedad la hizo sentir peor. En medio del sofocante calor de fin de verano en Río de Janeiro, Brasil, Silvia Silva Santos sostuvo a su madre de 77 años mientras caminaban hacia la puerta de la clínica.
Unos cinco minutos después, la pareja volvió a salir, con malas noticias expresadas en sus rostros.
«Creo que esto está muy mal», afirmó Silva Santos, claramente enojada y frustrada. «Ahora tendremos que volver a averiguar cuándo tendrán las vacunas, nunca se sabe cuándo será eso».
Esa frustración se extendió por la multitud de ancianos cuando a una persona tras otra se le negó la primera dosis de una vacuna, luego de que el estado de Río de Janeiro suspendiera su campaña de vacunación porque se había quedado sin suministros de vacunas.
La creciente tormenta perfecta
La crisis del covid-19 en Brasil está en su peor momento. Casi todos los estados del país tienen una ocupación de UCI del 80% o más. Hasta el viernes, 16 de los 26 estados estaban al 90% o más, lo que significa que esos sistemas de salud han colapsado o corren un riesgo inminente de que suceda.
Los promedios de siete días de casos nuevos y muertes adicionales son más altos que nunca.
En los últimos 10 días, aproximadamente una cuarta parte de todas las muertes por coronavirus en todo el mundo se han registrado en Brasil.
«Son señales claras de que estamos en una fase de aceleración muy crítica de la epidemia y no tiene precedentes», indicó Jesem Orellana, epidemiólogo brasileño.
Si las vacunas son la mejor forma de salir de esta pandemia mundial, Brasil tiene un largo camino por recorrer para lograrlo.
Hasta el viernes, menos de 10 millones de personas en un país de alrededor de 220 millones habían recibido al menos una dosis, según datos federales de salud. Solo el 1,57% de la población estaba completamente vacunada.
Ese es el resultado de un programa de implementación lento que ha estado plagado de retrasos. Durante el anuncio de su plan de distribución a principios de febrero, el gobierno prometió que en marzo estarían disponibles unas 46 millones de dosis de vacunas. Pero se ha visto obligado en repetidas ocasiones a reducir esa cifra, y ahora prevé solo 26 millones para fin de mes.
La producción local de lo que según los gobiernos eventualmente será de cientos de millones de dosis de la vacuna Oxford-AstraZeneca apenas acaba de comenzar. Las primeras 500.000 dosis fueron entregadas y celebradas por los principales funcionarios del Ministerio de Salud en Río de Janeiro esta semana, a pesar de tener meses de retraso.
«[No hay] vacunas en una cantidad suficiente para que realmente tenga un impacto en este momento», dijo Natalia Pasternak, microbióloga brasileña, quien dijo que no será hasta bien entrada la segunda mitad del año antes de que haya suficientes vacunas disponibles para tener un impacto sustancial en la epidemia.
Si las vacunas seguirán siendo escasas en el futuro previsible, las únicas formas restantes de controlar el crecimiento exponencial de la epidemia en Brasil son los métodos que el mundo ha escuchado hasta la saciedad: distanciamiento físico, sin grandes multitudes, movimientos restringidos y buena higiene.
Pero en muchos lugares de Brasil, eso simplemente no sucede. En la bulliciosa Río de Janeiro, es fácil encontrar multitudes sin máscaras caminando por las calles, conversando en espacios reducidos.
Aunque las famosas playas de la ciudad están cerradas este fin de semana, los restaurantes y bares podrán estar abiertos hasta las 9 p.m. y muchos probablemente estarán llenos.
Varios estados han impuesto restricciones mucho más severas, incluidos los toques de queda nocturnos, pero los líderes locales luchan contra el liderazgo federal, o la falta de él, decidido a mantener las cosas abiertas.
El presidente Jair Bolsonaro, un escéptico del covid-19 que se ha burlado de la eficacia de las vacunas y no ha obtenido una públicamente, anunció el jueves que tomaría acciones legales contra ciertos estados en la Corte Suprema del país, alegando que es la única persona que puede decretar toques de queda, algo que ha prometido no hacer nunca.
A pesar de que miles de personas mueren a causa del virus cada día, el mandatario afirma que la verdadera amenaza proviene del daño económico impulsado por las restricciones para controlar el virus.
Millones de simpatizantes de Bolsonaro siguen su ejemplo, cuestionando abiertamente las regulaciones locales de distanciamiento físico y uso de máscaras.
Todo esto sería lo suficientemente preocupante por sí solo, pero se ve agravado por una realidad profundamente preocupante: la propagación de las variantes de covid-19.
CNN