Sí, ya sé: Patch Adams y Dr. House son médicos de la ficción (aunque Adams es real pero sólo conocimos de él la versión de Robin Williams); y no fueron los únicos. De hecho la pantalla chica americana nos ha mandado docenas de héroes del delantal blanco, desde los legendarios Kildare y Ben Casey, el engominado “tordo” de Centro Médico, los jovatos Marcus Welby y Quincy, pasando por las burlonas series M.A.S.H. o Scrubs, y arribando finalmente a las melodramáticas E.R., Grey´s Anatomy, y entre otras, la actual Chicago Med.
Ahora, si bien el rol adjudicado es el necesitado por la sociedad, el rol asumido tiene las características propias del sujeto al que le toca el sayo, el que debe ejercer el puesto.
¿Qué imagen tenemos nosotros de un médico, gracias a la industria del espectáculo?
Dr. Kildare, recuerdo, era uno de los estereotipos más opuestos a la imagen que podemos apreciar, por ejemplo, en la archifamosa serie “Dr. House”. Su temática no estaba basada en la búsqueda del diagnóstico, sino que hacía hincapié en todo el aspecto humano y social, siendo la imagen del antiguo médico de cabecera de familia. La confianza y trato que daba a sus pacientes era irremplazable. La medicina no estaba tan especializada como en nuestros días, por lo que se recurría al clínico del barrio que te conocía de chico y que siempre la embocaba con el diagnóstico, sin radiografías nucleares ni ecografías ultrasónicas. El trato era personalizado y profundo, lo que sería la versión opuesta de House, quien es insensible con sus pacientes, siente rechazo y desconfianza hacia ellos, y se maneja de manera indiferente, con soberbia e ironía.
El malo “de la película”
Dr. House (la serie no se filma más pero se sigue emitiendo) es un personaje que busca romper con el modelo de la bioética, que es el instaurado en la medicina actual. El personaje procura llegar al diagnóstico de las formas más extremas y utilizando todas las herramientas que estén a su alcance. Su personalidad y carácter lo colocan en un rol de autoridad suprema, de poder de decisión extremo, y manipulación del cuerpo del paciente.
Como su personalidad se vale del sarcasmo, la ironía y la brutal honestidad, debe recurrir a variadas estrategias, como su única alternativa, para disfrazar y conseguir las autorizaciones para sus poco convencionales prácticas, pases libres que finalmente le da la Dra. Cuddy, que comanda el hospital.
Principalmente, en la medicina bioética el paciente participa activamente en los procesos de diagnóstico y tratamiento. En cambio, uno de los rasgos fundamentales de la medicina hegemónica es el uso del cuerpo como objeto de experimento. Particularmente en la serie puede observarse cómo Dr. House utiliza al paciente, y se apropia del cuerpo ajeno, en algunas ocasiones sin su previa aprobación.
Otras veces sospecha y medica antes de llegar al diagnóstico para aplacar síntomas o extender su tiempo de deducción. Pero todo esto culmina en importantes repercusiones legales, de las que tiene que hacerse cargo el hospital, y en la exposición de su profesión, todo a causa de sus formas de diagnóstico. Aunque, claro, es el protagonista, y finalmente acierta, y el paciente luego de todo lo que le hicieron, sale caminando o en silla de ruedas pero feliz.
Con seguridad, los fanáticos del programa dirían que su accionar se justifica porque él vive cada episodio como un juego, en donde cueste lo que cueste y utilizando todas las herramientas que tenga a su alcance intentará ser el detective ganador, por lo que su único límite es la muerte del sujeto, representada por el game over. Y el final infeliz no se da seguido en ese programa.
Por la boca mueres
Según narra el film, todos los desvelos se le aparecen a “Patch” Adams, el mítico doctor payaso, cuando se le ocurre crear un hospital para gente pobre en un rancho en medio del campo, que es propiedad del científico loco que había conocido en un hospicio donde se había tratado por sus adicciones.
Y “Patch” (que significa emparchar lo que está roto) utiliza el humor y el afecto como instrumentos de curación, además de los medicamentos. Esto le vale en un momento la posibilidad de poder quedar fuera del ejercicio de su profesión.
Cuando el director del hospital lo juzga negativamente, Adams exige que se le defina el significado de la frase “dar tratamiento” a los enfermos. Con sus palabras él expresa que la ciencia es un intento de hallar la verdad, pero ocurre que la verdad, para él, tiene estructura de ficción.
Si comparamos entonces a House con Adams, al menos desde la pantalla, vemos dos personalidades distintas pero no sólo por lo que hacen, sino también por lo que dicen. Veamos.
Dr. House derrama en sus pacientes frases como:
- “… ¿Preferiría usted un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que lo ignore mientras mejora? Aunque yo creo que lo peor sería uno que te ignore mientras te mueres…”
- “La vida es un asco y la suya es peor que otras. Aunque las hay peores, lo cual también es deprimente…”
- En un episodio un médico le dice que si la enfermedad que sufre un niño sigue evolucionando quedará paralítico y él responde: “¡Qué horror! Menos mal que sólo vivirá una semana».
Patch Adams, por el contrario, despliega un discurso distinto, muy afectuoso y divertido con los enfermos terminales o deprimidos que trata. Y cuando le quieren impedir ejercer la medicina, acusado de realizar prácticas no tradicionales, exclama:
“¿Cuándo fue que un doctor pasó dejó de ser un amigo de confianza instruido que trata a los enfermos? Practicar la medicina es atender, acompañar, escucharlos hasta que baje la fiebre. La muerte no es el enemigo, el enemigo es la indiferencia. He escuchado clases insistiendo en evitar la transferencia, en provocar la distancia óptima, pero la transferencia es inevitable, todo ser humano afecta a los demás, lo que ustedes enseñan es equivocado. La misión del médico no sólo consiste en impedir la muerte, sino en mejorar la vida, ya que tratando el mal se gana o se pierde, pero tratando al individuo se gana más allá del desenlace”.
Patch Adams plantea la clínica de la escucha, dispositivo que incluye un tipo de relación paciente/médico bajo (según sus palabras) el efecto de la transferencia que se aprovecha para la cura o bienestar del paciente. Sólo ocupando un lugar fundamental en la transferencia (por ejemplo, el del gran OTRO), podrán escuchar los profesionales y entender el dialecto oculto, el mensaje que el síntoma, nos quiere decir.
Mejor no enfermarse
Les cuento algo personal. Y en este párrafo descubrirán cuál sería mi elección entre ellos dos.
Cuando yo era chico mi familia tenía un médico de cabecera, que también era el doctor del barrio. Curó a distintas generaciones de todas las dolencias que un humano pudiera sufrir, y era común que aceptara que el carnicero le pagara con pollos y huevos, o que el almacenero le alcanzara una caja de salamines y queso, si era fin de mes y escaseaba el efectivo.
Él estaba bien dispuesto siempre, a cualquier hora del día o de la noche, para atender un parto de urgencia o un infarto, con la misma sonrisa y absoluta efectividad con la que diagnosticaba sarampión o hepatitis. Era como un abuelo sabio que conocía nuestros cuerpos, pero también nuestros sufrimientos, frustraciones, ansiedades, sueños, esperanzas, hipocondrías.
Y sus pacientes, todos nosotros, finalmente gozábamos de buena salud.
Pero un día fue él el que se murió, hace ya muchos años, Entonces mis parientes se dividieron en dos grupos: algunos comenzaron a utilizar los servicios de las obras sociales que les tocaban en suerte, según el empleo que cada uno tuviera. 0tros, en cambio, se afiliaron a una empresa de medicina prepaga. Pero todos, cada uno por su lado, pagando mucho o gratis, con carencias o con lujos, todos desde entonces vivimos experiencias parecidas.
¿Cuáles son? Les cuento: un mes para conseguir un turno de un médico clínico, el cual te ha de enviar a hacerte análisis de todos los efluvios de tu cuerpo, en los que además han de introducirte catéteres por el brazo, leches fosforescentes en la garganta y canutillos con visor en el trasero, y una vez leídos los mismos, treinta días después, ha de derivarte a un especialista, que seguirá pidiendo estudios porque duda más que Dr.House y su equipo en la famosa serie, de qué corno te vas a morir en breve, seguramente, si no te dan una medicación ya. Casualmente este otoño-invierno de 2019 sufrí de tos insistente, fui tres veces a ver médicos de guardia y me diagnosticaron tres cosas distintas y tres tratamientos opuestos, pero por suerte la tos se me fue yendo sola, sin hacer nada.
Pero además, con el tiempo nos dimos cuenta que nuestros órganos tienden caprichosamente a enfermarse de madrugada o en días feriados, momentos en los cuales estás fuera del horario de consultorios y los especialistas están jugando al tenis o reposando en el hotel de algún congreso en Madagascar. Entonces vimos que sólo nos quedaban dos alternativas. La más rápida es –como escribí antes- ir a las guardias, donde una jovenzuela galena es posible que se sorprenda de que tu tía no tenga testículos, o por el contrario te ausculte un gordo soberbio que no te habla a vos pero sí a unos estudiantes que te rodean y miran como si fueras un extraterrestre o el eslabón perdido.
Claro que también podés llamar al servicio de urgencia y quedarte en cama, situación que te permitirá conocer varias horas después a un mozalbete extranjero con delantal verde y zapatillas de fútbol que, si te duele la espalda, pude confundir un catarro con una infección urinaria.
Finalmente, si no hay huelga o paro y soportas hacer una cola de cien horas, te queda el hospital.
Por eso en mi barrio hemos decidido permanecer sanos: si se nos fue el doctor para siempre, mejor no enfermarse.
Diagnóstico final
Por lo antes dicho, mirar series de médicos nos ponen en una extraña disyuntiva. ¿Nos identificamos con el doctor protagonista o con el enfermo, que es tratado como un objeto?
En lo personal, la serie Dr. House creo que puede generar cierto grado de sentimiento de angustia, en aquellos televidentes que se identifiquen con el paciente tratado. Porque en cada episodio unitario ha quedado evidente que médicos importantes, elegidos por su altísima capacidad, de pronto no tienen ni la más pálida idea de qué caramba sufre el paciente, y en sus diagnósticos van desde calificar una ampolla en la lengua como infección, cáncer, SIDA o gastritis.
Pero, por otro lado, la pasará bien el espectador que tiende a identificarse con el personaje principal, con lo cual lo idealiza, y corrobora la figura que es mostrada por el producto como omnipotente. Dr. House resulta ser divertido, nos hace reír. Entonces, esta identificación es positiva, ya que resalta la búsqueda de caminos antes no transitados por otros estereotipos, quebrantando con todos los que habían saturado los medios de comunicación.
Finalmente resulta que Dr. House es también un personaje rebelde, criticado por sus colegas, pero que se compromete en cada uno de sus desafíos. Su valentía lo lleva a atravesar vías díscolas e ingobernables para otros, con el objetivo de poder resolver los problemas que se le presentan.
Tanto el sarcasmo como la ironía son empleados como mecanismos de defensa, principalmente para esconder su vulnerabilidad. A través de ellos oculta su vida solitaria, sus problemas para relacionarse con sus afectos y con su entorno, y también su adicción a los calmantes, que son utilizados excesiva y frecuentemente por él mismo para evitar el dolor en su pierna. Ambos mecanismos lo sitúan en una posición desafiante frente al otro, reafirmando la imagen antes descripta.
En las antípodas, Patch Adams, según informa un texto al final de la película, ha inaugurado hace años un hospital para pacientes sin dinero y sin seguro social en el que más de diez mil médicos han presentado sus antecedentes para participar de la experiencia.
Y las ideas de seriedad, eficiencia, objetividad, él las intenta cambiar por espontaneidad, creatividad, subjetividad, humor e imaginación y la posición inicial del profesional en el lugar de la docta ignorancia, pues para él el paciente tiene las claves de su problema y sólo hay que escucharlo para encontrarlo.
En síntesis, son dos visiones, las que nos presentan dos actores impresionantes, y sólo queda escuchar tu respuesta a la pregunta del título. Para eso tal vez esta página web te de la opción de enviar tu comentario a la pregunta. Y si no, ya te llegará el momento de recordarla, porque como diría Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.