La prematura descomposición de un gobierno


10 junio, 2024


Opinión.

En diciembre pasado, días después de la asunción de Javier Milei, cientos de familias de personas con enfermedades graves empezaron a preocuparse porque dejaron de llegarles medicamentos imprescindibles para continuar con tratamientos de alta complejidad. Se trataba, en su inmensa mayoría, de personas para las cuales la interrupción de sus terapias podía complicar seriamente la evolución de enfermedades oncológicas, o psiquiátricas o producirle serias y dolorosas consecuencias en su calidad de vida.

Con el correr de los días, supieron que no se trataba de una consecuencia efímera de la transición política sino de un problema que se proyectaría en el tiempo. El Gobierno decidió trasladar la Dirección de Asistencia Directa por Situaciones Especiales, que distribuía la medicación, del Ministerio de Desarrollo Social al de Salud. Los envíos se volvieron erráticos, arbitrarios e inciertos. Hay decenas de testimonios muy precisos que reflejan la situación.

La decisión oficial fue acompañada de una metodología recurrente en estos meses, que consistió en regar los medios con denuncias de corrupción contra el organismo que sería desfinanciado. Eso mismo hicieron para explicar por qué no se repartía comida, o por qué redujeron casi a cero el fondo de asistencia a los barrios más vulnerables del país. Mientras tanto, los funcionarios presentaban denuncias penales.

En el caso de los medicamentos de alta complejidad, esa denuncia fue firmada por la abogada Leila Gianni, una de las colaboradoras de la ministra Sandra Pettovello, que es la que había tomado la decisión de fondo. Gianni incluyó en su planteo ante la Justicia un par de auditorías previas a diciembre que cuestionaban parcialmente los mecanismos de compras y de selección de proveedores y sugerían que esas metodologías podían derivar, eventualmente, en hechos de corrupción. Gianni ganó protagonismo en los últimos días por haber defendido a Pettovello en el escándalo de los alimentos.

En unas pocas semanas, la Justicia desestimó la denuncia por falta de pruebas. “…Lo único que es objetivamente claro es que una Secretaría que dependía del ex Ministerio de Desarrollo Social utilizaba un sistema de compras de medicamentos que difería del que el Estado Nacional utiliza de manera habitual, conforme las normativas vigentes…de una de esas auditorías se desprende que ‘habría chances de que se estuvieran cometiendo delitos en consecuencia’ (textual). De ese trabajo no se advierte la comisión de un delito penal, sino de una ‘posibilidad’…”, fue el argumento en base al cual el fiscal Ramiro Gonzalez desestimó la denuncia.

El juez federal Julio Ercolini le trasladó el asunto entonces al fiscal Carlos Rívolo, quien le dio otra oportunidad al Ministerio de Capital Humano para que fundamente sus denuncias. “Los nuevos datos brindados por la cartera ministerial no brindan nuevas aristas que permitan rebatir los fundamentos por los cuales mi colega, el Dr. Ramiro González, solicitó la desestimación de la denuncia”, escribió Rívolo.

Ercolini, entonces, desestimó la denuncia. Su decisión no tuvo mayor repercusión en los medios. Muchos de los pacientes siguieron sin recibir medicamentos, otros lograron acceder a ellos después de presentar amparos y la mayoría se resignó a entregas esporádicas.

Leila Gianni y otros funcionarios de Capital Humano en TribunalesLeila Gianni y otros funcionarios de Capital Humano en Tribunales

En estos días, el mundo político y económico está inquieto por el drenaje de funcionarios importantes del Gobierno, apenas seis meses después de su asunción. En el área de Capital Humano, fueron veinte en las últimas dos semanas. Esa sangría revela una riesgosa descomposición, porque es constante y ha incluido a altos funcionarios, como el jefe de Gabinete Nicolás Posse. Nadie sabe cuánto tiempo va a permanecer donde está y cuáles son las conductas que debe tomar para no ser arrojado a los leones. Es lógico que, en estas condiciones, se produzca un accidente de trenes o que haya problemas con la provisión de gas o cualquier otro inconveniente inesperado.

Pero hay una descomposición previa a la que quedó expuesta. Antes, hay un problema de valores. Solo así se puede explicar que un Gobierno se resista a repartir alimentos ya comprados entre los niños pobres, en medio de una crisis social profunda, o interrumpa la distribución normal de medicamentos entre pacientes terminales. Y que a eso, además, le sume denuncias de corrupción apoyadas en un material frágil y tendencioso. Tal vez por un tiempo, una mayoría social enojada con la política tradicional prefiera no mirar en detalle al gobierno. Pero, igual, las cosas suceden.

La decisión de Ercolini se produjo en una semana difícil para el Gobierno y, por lo tanto, para las expectativas de un futuro mejor para el país. No es solo que el Presidente hace declaraciones raras -”soy Terminator”, “vengo de un futuro apocalíptico”, “me siento obligado a advertirle al planeta…”, “amo ser el topo del Estado”- o que el mundo financiero empieza a preguntarse no sólo por el atraso cambiario, sino también por la falta de dólares, y que eso repercute en el Riesgo País. No es solo que empieza a haber evidencia de que el proceso desinflacionario empieza a tocar un límite o que los gratuitos conflictos diplomáticos pueden provocar una reducción fuerte del monto de reservas.

Es todo eso junto. Y a ello le agrega un problema político.

El hecho más trascendente en esta semana que termina es la derrota abrumadora que el Presidente sufrió en la Cámara de Diputados, donde dos tercios de los presentes votaron un pequeño aumento a las jubilaciones. Es muy excepcional que el Parlamento le imponga una ley a un Presidente. Pero algunas veces sucede. Esto fue, en cambio, un hecho histórico: nunca antes un presidente sufrió una paliza de semejante magnitud.

Dos tercios es un número terrible. Sirve, por ejemplo, para imponer la ley en caso de que el Presidente la vete. O para impulsar un juicio político. Sobra número ahí, además, para archivar el famoso DNU de diciembre.

Nada de esto debería ocurrir en circunstancias normales. Pero el Presidente parece empeñado en empujar la situación hacia allí.

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Para aprobar la Ley Bases en Diputados, el oficialismo recorrió el clásico camino de la negociación. Eligió un núcleo innegociable y luego cedió, sedujo, generó puentes. El método antagónico es el que llevó a esta derrota. ¿Qué hizo Milei entonces? Escalar con los insultos. Ratas. Idiotas. Casta. Golpistas. Liliputienses. Minusválidos mentales ¿Adónde lo llevarán esas reacciones? ¿Qué le dirán sus familias a los legisladores y legisladoras cuando vuelven a sus casas con esos insultos a cuesta?

La insistencia por ese camino puede llevar a tener que aceptar leyes que no pertenecen a su ideario, o a soportar una derrota con el DNU o, incluso, en peores momentos, al juicio político. Parece una bomba difícil de activar, pero el Presidente pone todo su esfuerzo en hacerlo.

Milei ha interpretado ese episodio como un ataque de “las ratas” de “la casta”, y anunció que va a vetar cualquier ley que amenace al equilibrio fiscal. “Me importa tres carajos”, bramó. La cuestión de fondo es, precisamente, fiscal. Desde el Gobierno apuntan contra la irresponsabilidad de la oposición. Desde la oposición replican que no se trata de conspirar contra el equilibrio fiscal sino de corregir, en los márgenes, la manera en que el oficialismo imaginó llegar hasta allí.

Es un punto de discusión legítimo sobre el cual no debería ser tan difícil llegar a un acuerdo. Pero para eso hay que bajar las armas. Es difícil hacer eso en un clima donde los insultos y las humillaciones son un insumo cotidiano. ¿Y qué hace el Presidente en este contexto? Ha asumido de espaldas a la “casta”, publicado fotos de traidores y enemigos con sus teléfonos particulares luego de la primera derrota parlamentaria, comparado a opositores con chicos con síndrome de Down, y ahora vuelve con el paralelismo entre diputados y roedores. ¿Qué quiere lograr?

Los números de la derrota oficial fueron demasiado abultados. El oficialismo podrá argumentar que se trata de una reacción de la casta porque se muere de miedo. Pero una derrota es una derrota y un gobierno con capacidad política tiene mil maneras de evitarlas, sobre todo ante una oposición dividida. ¿Por qué no lo hizo? ¿Habrá tenido que ver con los viajes del Presidente, con el despido del jefe de Gabinete, con la sangría de funcionarios? ¿No saben desactivar bombas, no quieren, no pueden, son tantas que no dan abasto?

En cualquier caso, se trata de una señal ominosa.

Milei entra en los próximos meses en un territorio incierto, donde parece quedar claro que será más difícil bajar la inflación y muchísimo más esperar una recuperación rápida. Enfrentará ese desafío con un respaldo social que se mantiene sólido -es en realidad su principal activo- pero con un equipo diezmado y envuelto por problemas económicos, financieros, políticos y, sobre todo, morales. Necesitará inteligencia, sofisticación y templanza para reformar su plan económico de manera que no se le desborden demasiado las variables.

Para entender la profundidad del problema, esta semana el mismísimo Presidente ofreció un material muy generoso. Bari Waiss es una de las periodistas más originales y brillantes de los Estados Unidos. Ella se encargó de preguntarle lo mismo que otra colega de la BBC hace un par de semanas. ¿Qué le diría a una familia que no puede comprar carne o leche?

Así siguió el diálogo:

-En los últimos dos meses los salarios empezaron a ganarle no solo a los precios sino que les ganan a los precios de los alimentos. Por lo tanto, es cierto, la foto es tremenda pero la película es fabulosa. De hecho, cuando nosotros asumimos, el 85 por ciento de la gente decía que estaba mal. Hoy el 65 por ciento de la gente dice que está mal. Es un número horrible. Pero bajó veinte puntos. Y eso en cinco meses es cuasi milagroso. Entiendo que la situación es mala, pero hacia el futuro es mejor.

-Le estoy haciendo una pregunta emocional para la gente que quizás…

-Yo no tengo por qué lidiar con las emociones. O sea, yo hablo de números y de realidad, no de emociones…

-Pero sos un líder…

-No, no, no, no. Un ejemplo: una persona, supongamos que tiene un Lamborghini. ¿Cuáles son las emociones de quien tiene un Lamborghini? No lo sé. Porque probablemente si está en un lugar muy pobre, puede ser que se sienta muy bien con su Lamborghini. Pero si vive en un lugar donde todos tienen 15 Lamborghinis, se siente miserable.

Al Presidente le preguntan por familias que redujeron el consumo de leche, y él responde con ejemplos sobre Lamborghinis.

En el medio, sube el Riesgo País.

¿Tendrá algo que ver una cosa con la otra?

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