10-12-20 La gestión provincial estuvo atravesada totalmente por la COVID-19.
Desde el pánico general que causó la confirmación del primer caso de COVID-19 en la provincia, a mediados de marzo, hasta la relajada actitud que se observa en la actualidad en la mayoría de los salteños ante el coronavirus con 28 casos diarios (promedio de los últimos siete días), hubo avances, retrocesos y un doloroso aprendizaje con respecto al tratamiento y la forma de sobrellevar la pandemia. Esas etapas también se hicieron carne en Gustavo Sáenz, y seguramente con más intensidad por su responsabilidad de gobernante. En las distintas apariciones públicas del mandatario en estos nueve meses, que disminuyeron en los últimos tiempos, se pudo ver cómo impactó en su semblante cada decisión que tomó para intentar contener a la enfermedad y los resultados que impuso la realidad.
Es que no se trata solamente de una lucha contra un virus sino también de afrontar una gestión en una de las provincias con más pobreza del país, en la que cada medida sanitaria que se dispuso, por ejemplo la cuarentena, repercutió directamente y para mal en otros ámbitos, como el económico.
Se intentó un equilibrio entre salud y economía, pero fue imposible. Está claro que a ningún gobernador argentino ni al presidente le fue bien en ese balance. Y fue más notorio en los distritos con mayor postergación. No hay recetas para gestionar el COVID-19, aún con las vacunas a punto de desembarcar prima la incertidumbre.
Nadie sabe, a esta altura, cuál será el tamaño de la herida que dejará el coronavirus en los dirigentes políticos. En las elecciones del año próximo habrá una respuesta. En los primeros tiempos de la pandemia, se difundieron encuestas sobre la imagen de los mandatarios ante la coyuntura. En un estudio, Sáenz figuraba como el mejor gestor. Ya hace varios meses que se dejaron de publicar esos relevamientos de opinión.
La pandemia del COVID-19 vino a develar las graves falencias del sistema sanitario salteño que heredó la administración provincial asumida hace un año. Una de las primeras medidas de Sáenz para la Salud fue comprar ambulancias. Había hospitales sin ese insumo elemental. Un ejemplo de la de dimensión de la precariedad.
También hubo errores propios, que quedaron expuestos en varias marchas que realizaron médicos y personal de la Salud a quienes no los unía ninguna intencionalidad opositora sino más bien la desesperación de sentirse desamparados, en insumos, infraestructura y sueldos, ante la propagación de una enfermedad incontenible. La exministra de Salud Josefina Medrano fue la única que pagó con su puesto las desinteligencias.
Un acierto de la funcionaria de planta del PAMI fue pronosticar a principios de abril unos 1.500 fallecidos por COVID-19 en la provincia o , en el mejor de los casos, 400. En aquel momento fue un escándalo, la subestimaron. Ahora, la pregunta sería saber por qué no se actuó en consecuencia a la profecía.
En el área de Educación no hubo idas ni tampoco vueltas. La COVID-19 clausuró cualquier posibilidad de que arranquen las clases presenciales en la provincia durante este año (muy pocas escuelas zafaron del paro docente en marzo). Desde un primer momento se supo que la educación virtual o a distancia deja, al menos, a un 30% del alumnado fuera de la enseñanza porque no acceden a internet (datos de la encuesta Aprender 2018).
El resumen del primer año de gestión de Gustavo Sáenz bien podría asemejarse al de un ministro de Salud: no hubo mucho margen por la pandemia. La magnitud de la enfermedad, que ya se cargó con la vida de casi mil salteños, incluso dejó en otro plano la tragedia de las muertes por desnutrición en el norte provincial, que fue a lo primero que se enfrentó Sáenz a poco de asumir. No será un año para el olvido, todo lo contrario. Si algo dejará está pandemia, ojalá así sea, es que no se pueden volver a cometer los mismos errores.
Fuente : El Tribuno