Salud emocional
La figura de Papá Noel tiene sus raíces en varias tradiciones y personajes históricos que se han ido fusionando a lo largo del tiempo. Una de las influencias más destacadas es San Nicolás, un obispo cristiano del siglo IV conocido por su generosidad y amor por los niños. La celebración de San Nicolás el 6 de diciembre en algunas culturas europeas es el origen de regalar obsequios en las fiestas.
En el siglo XIX, en los Estados Unidos, se popularizó la imagen moderna de Papá Noel gracias a poemas y cuentos, como “A Visit from St. Nicholas” de Clement Clarke Moore que contribuyó a definir la imagen de Santa Claus tal como la conocemos hoy: un hombre regordete, alegre, vestido de rojo y blanco, con un trineo y renos voladores, que entrega regalos durante la Nochebuena.
El poema describe a los renos, sus nombres y la forma silenciosa en la que Santa Claus deja los obsequios, parte por la chimenea y finaliza con un ¡Feliz Navidad y a todos una buena noche!”
Otro aspecto de orden comercial, en la evolución de la imagen de Papá Noel fue la campaña publicitaria de Coca-Cola en la década de 1930, que consolidó la imagen del Santa Claus vestido de rojo y blanco, lo que contribuyó enormemente a su popularidad y reconocimiento global.
Lo cierto es que más allá del lugar donde nacemos, Papá Noel está metido en nuestra casa desde hace décadas y forma parte de las creencias populares más arraigadas del último siglo. La imagen de Papá Noel nos remonta a la ilusión de la infancia y es una fuente enorme de deseos para los niños y niñas.
La semana pasada estuve en una tienda que se dedica a preparar escenografías alusivas a distintas festividades, como Pascuas o Navidad. Estaba repleto de niños y niñas que esperaban su turno para alojar en un buzón, que custodiaba un Papá Noel gigante sus pedidos. Cuando la cartita entraba en la boca de la caja, repicaban unas campanitas y desde el techo, adornado con estrellas, luces y bolas navideñas caía un baño de burbujas que anunciaba la llegada de la carta para Papa Noel.
Las caritas de los niños y niñas formados en fila con su carta en la mano eran la prueba viviente de que Papá Noel existe.
Hablar sobre él, según algunos estudios, puede ser muy beneficioso para los niños en términos de imaginación, creatividad y manejo de emociones, pero también, según últimas investigaciones, los hará más felices en el futuro.
Si bien existe un arduo debate acerca de si durante la crianza es beneficioso o no sostener una ficción como la existencia de Papá Noel, los Reyes Magos o el Ratón Pérez, lo cierto es que hay evidencias de que estas creencias hacen muy felices a los niños y niñas desde siempre, como también existen argumentos en contra.
En un artículo que publicó el Lancet Psychiatry, “A Wonderful lie”, en 2016, aseguran que la confianza de los niños en sus padres se ve socavada por la mentira de Papá Noel. “Si son capaces de mentir acerca de algo tan especial y mágico, ¿deberían confiar en ellos como los guardianes de la sabiduría y de la verdad?”, se preguntan los investigadores. Christopher Boyle, de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, y la experta en salud mental Kathy McKay, de la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia.
Por otro lado, en su ensayo “El espejismo de Dios”, el biólogo evolutivo británico Richard Dawkins compara la fe en cualquier dios con la fe en Santa Claus, pero afirma que descubrir la ficción navideña ayuda a los niños a entender que no todas las historias que cuentan los adultos son ciertas. Para este autor Papá Noel ayudaría a promover un sano escepticismo en los niños.
En 1978, y en estudios posteriores realizados por el mismo equipo de investigadores de la facultad de Psicología de la Universidad de Texas en Austin, en los EEUU, reveló que las niñas y los niños que creen en la existencia de estos seres mágicos durante más tiempo terminan siendo, en promedio, adultos más felices.
Creer durante la infancia favorece nuestra felicidad incluso cuando ya somos adultos. Según investigaciones realizadas con niños y niñas estadounidenses, el 85 % de los de 4 años creen sinceramente en la existencia de Papá Noel. Este porcentaje se reduce al 65% a los seis años, y a solo el 25% al alcanzar los ocho, asegura David Bueno i Torrens, Profesor e investigador de la Sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo,Universitat de Barcelona, 2021.
Como en casi todo existe una cantidad de bibliografía a favor de una postura y de la otra y, en el ámbito de la psicología y la salud mental es un debate que insiste.
Me gusta pensar desde la perspectiva de los niños para comparar las investigaciones realizadas por adultos acerca de la infancia y me pregunto:
¿Son libres los niños de creer en estas fantasías o dependen de las creencias de los adultos o de lo que a los adultos les parece positivo? o mejor aún ¿pueden los adultos incidir en qué cree o no cree un niño?
Recuerdo una vez que encontré a mi hijo mayor con 7 años de edad montado en su bicicleta azul, en el patio de nuestra casa gritando a voz en cuello la dirección de nuestra casa, que recién había aprendido, al cielo:
– ¿ Qué estás haciendo Nico?, le pregunté.
– Le paso la dirección a Dios para ver si viene, así se si existe o no, contestó y siguió enviando su mensaje.
Lo cierto es que muchas de nuestras creencias son trasladadas en la primera infancia, pero los niños y niñas también construyen las propias y eligen en qué creer. Desde la construcción de la novela familiar que relata quiénes somos y quien es nuestra familia, lo que llamamos la novela familiar y Freud describe así: “Para el niño pequeño, los padres son al comienzo la única autoridad y la fuente de toda creencia” (”La novela familiar de los neuróticos”).
Aunque esto no dura siempre, el niño púber se pregunta por su filiación y fantasea: “¿Seré hijo de mis padres o de un príncipe ruso?” Por supuesto, siempre alguien que se estime con más atributos sociales o filantrópicos que los padres devaluados. El relato de quienes somos es una novela con héroes, heroínas y seres del mal, desgracias y grandes epopeyas que nos cuentan desde nuestro nacimiento.
La imaginación de los niños y niñas es poderosa y desde una mancha en la pared que se convierte en un león a una cuchara que mamá convierte en el avioncito que trae la banana pisada, desde bebés estamos inmersos en distintas creencias, relatos, leyendas que no pueden corroborarse científicamente, que tampoco son mentiras, pero que hacen mundo simbólico.
Papá Noel, los cuentos de hadas, el ratón de los dientes y hasta el cuco cumplen una función subjetiva fundamental, la de ordenar simbólicamente. El relato y el juego simbólico también les otorga a los niños y niñas la oportunidad de ensayar eventos y sentimientos que deberán atravesar en su vida presente y futura. El mundo simbólico construye la subjetividad y ayuda a los niños a gestionar sus emociones y apoyan el desarrollo mental durante la infancia. Desde portarse bien para recibir los regalos que hace comprender sin demasiada sofisticación que las acciones tienen efectos hasta preparar el pastito para los camellos cansados de los Reyes, los ayuda a empatizar con el otro.
El complejo proceso de maduración que supone descubrir que estos seres mágicos no existen y que son los padres tienen los condimentos perfectos para un desarrollo saludable porque forman parte de las historias que nos cuentan y contamos en familias y que por épocas elegimos creer. Si todo va bien, los niños y niñas aprenden a decepcionarse cuando descubren que los Reyes Magos no comieron y que Papá Noel no voló en un trineo y que los papás hicieron un esfuerzo amoroso para crear este espacio y tiempo lúdicos.
A la vez, los niños se enorgullecen de haber descubierto el plan y comenzar a formar parte del vasto mundo de los hacedores de ilusiones. Entonces no se trata de ocultar o de engañar sino de aceptar que estamos conformados por historias colectivas que son parte de nuestra identidad.