«Con el INCAA pasó lo que dijimos que iba a pasar, del mismo modo que está pasando en el país lo que dijimos que iba a pasar en el 2015» reflexiona el talentoso actor en esta charla y agrega sobre la actualidad política: «Vivimos 12 años fantásticos de mejoras, que ahora vayamos para atrás es dolorosísimo. ¿Quién va a pagar por esta fiesta?»
Darío Grandinetti (58) se crió en un barrio de Rosario en el que a todos les preocupaba qué le pasaba al vecino. Aunque tuvo un acercamiento al deporte y jugó a ser futbolista, se decidió por la actuación y comenzó a estudiar teatro a los 17 años. Dos películas cambiaron su vida: El Padrino, como espectador. y Hable con ella. como actor. A partir de ahí comenzaron a llamarlo para trabajar en el exterior.
Lleva filmadas más de 45 películas y su vida se reparte entre la Argentina y España. Está en Buenos Aires presentando Te esperaré, el film en el que comparte cartel con Juan, uno de sus tres hijos. Al finalizar, viajará a Barcelona para comenzar un nuevo rodaje, siempre acompañado de su mujer, Pastora Vega (57).
El nuevo film de Alberto Lecchi se estrena el 2 de noviembre, allí Grandinetti interpreta a Ariel Creu, un arquitecto argentino, casado con Laura (Inés Estévez) y padre de Federico (Juan Grandinetti). La aparición de los restos de su abuelo, Miguel Creu, un héroe mundial que se convirtió en personaje literario en manos de Juan Benitez (Juan Echanove) lleva a Federico a buscar la verdad y reconstruir su historia. Una historia de la que Ariel prefiere escapar. El camino que recorren generará dificultades, peligros y un final sorprendente en el marco de un thriller con suspenso, drama y la mirada del vínculo padre-hijo a través de las generaciones.
—Es muy buena, no es la primera vez que trabajamos juntos, de hecho él leyó el libro antes que yo (risas). Cuando yo lo leí, ya sabía que él iba a hacer de mi hijo. Mucha gente que está en la película conoce a Juan de chiquito, desde que nació, eso también tenía algo especial para nosotros. A la hora de trabajar esta cuestión conflictiva que tienen los personajes, su necesidad de descubrir la verdad y mi deseo de taparla, habla de cosas que cualquier padre e hijo viven. Uno quiere protegerlo, que no cometan los errores que ellos necesitan cometer.
—¿A la hora de sentarte a ver la película te ves vos y ves el producto o sos un papá orgulloso?
—Me pasa algo con las películas que yo hago, que es que casi nunca me gusto, no termino de estar conforme con lo que hice. Pero en este caso veo a mi hijo y sí. Me gusta cómo se ha preparado él para este oficio, tiene muchas herramientas, muchas más de las que tenía yo a esa edad, y me gusta cómo se lo toma.
—¿Al Darío real qué personaje le cae mejor, Ariel o Miguel?
—No, Miguel, mi papá. De todas maneras el personaje está más cerca de su padre de lo que cree.
—Con el correr de la película vamos entiendo también qué es lo que le pasa.
—Está bien que le pase, cualquier padre protege a su hijo, cualquier jefe de familia quiere cuidar a su familia; y es muy difícil que cualquiera quiera saber verdades dolorosas. En ese sentido, está muy claro el personaje, muy justificada esa apariencia de tibieza, luego entendemos.
—Pensando en Miguel, que participó en todas las revoluciones menos la rusa, ¿si pudieras fantasear con algún momento histórico, en qué revolución te hubiera gustado participar?
—Te diría que en las nuestras, en las de los 1800.
—Una frase de tu hijo en la película es: «Incluso cuando las revoluciones fracasan, algo cambia».
—Sí, por eso yo creo que mi personaje está más cerca del padre de lo que le gustaría. Uno habla de revolución y a veces el que escucha cree que estamos hablando de luchas armadas, y no. La revolución es un cambio, es cambiar algo. Cuando hay un gobierno democrático electo, puede ser revolucionario. Claro que cambian las cosas, porque, aunque luego volvamos al pasado, hay algo que quedó y que generó una conciencia que nos hace estar más atentos y resistir.
—Ahora nos metemos en la actualidad, pero para cerrar la película, pensaba en algo de los ideales que se ponen en juego para proteger a la familia. A veces se prioriza la familia, y otras pesa más la responsabilidad que se siente por el bien común que por sobre los propios seres queridos. Pensaba, por ejemplo, en los Médicos sin Fronteras.
—Sí, más allá de lo dolorosa que es la separación, uno también educa a sus hijos con esas cosas. Un hijo sobre todo aprende de la acción de sus padres, más allá del dolor personal que pueda causar, hay cosas que uno no puede evitar hacer. A lo mejor les lleva más tiempo comprenderlo, pero más temprano que tarde de lo que uno cree lo entienden.
—¿Con qué característica tuya no te llevás para nada bien?
—Con muchas. Suelo perder la paciencia con algunas cosas. Me amargo con otras. Suelo estar excesivamente pendiente de mis hijos y me ha costado aprender a confiar en lo que hice como padre como para decir: «Ya está, quedate tranquilo, está bien. Y lo que no hiciste hasta ahora ya está». Me ha costado, pero empecé a ver en un momento el resultado en mis hijos y son ellos los que me tranquilizan.
—¿Qué es lo mejor y lo peor de esta profesión?
—Lo mejor es jugar a ser otro, poder darse ese gusto. Y lo peor, ciertas cosas que trae la exposición, no sólo laboral, sino que te quieren hacer creer que a la gente le interesan ciertas cosas que yo sé que no le interesan.
—¿En cuanto a tu opinión sobre la actualidad o a tu vida privada?
—No, en cuanto a mi vida privada. Cuando yo hablo como ciudadano, me expreso como ciudadano, lo otro tiene que ver con cosas que son mías, de mi intimidad y que además involucran a otras personas que no tienen por qué pagar el precio de tener a un padre, un marido o a un novio que es actor. ¿Qué culpa tienen ellos? Ninguna.
—Supiste resguardar esa intimidad.
—A partir de un momento ya sí, se instaló. Hasta que lo logré me costó… Yo no me olvido, no lo digo desde el punto de vista rencoroso, yo recuerdo porque hay que tener memoria.
—¿Con quién no te sentás a tomar un café?
—Con muchos, eso también formaría parte de decir cosas que son mías, que son personales. No me siento con mentirosos, con traidores, con los que la mayoría de las personas no se sientan. Por supuesto, para mí traidores y mentirosos son algunos y para otros son otros.
—¿Podés tener amigos que ideológicamente piensan distinto?
—Sí, claro, tengo, de hecho. Lo que es difícil es hablar con alguien que miente, entonces hay ciertos debates que son muy difíciles de dar. O con alguien que tiene una frasecita aprendida de memoria y la repite absolutamente vacía de contenido. Ahí es muy difícil dialogar. Yo no voy a perder mi amistad con alguien por eso, pero tratar de acercar posturas es muy difícil. ¿Cómo dialogás a partir de que vos me mentís o que me negás la realidad?
—¿Te trajo problemas el manifestarte políticamente?
—No me consta. Pero con todo lo que pasa no es muy difícil imaginarse que alguno me haya traído sin que yo me entere.
—Hoy se vuelve a discutir el INCAA, ¿qué opinás?
—Lo primero que se me ocurre decir es: «¿Vieron que no mentíamos y no exagerábamos cuando hace tres meses lo echaron a [Alejandro] Cacetta y lo maltrataron a [Pablo] Rovito?». Salimos a defender y nos acusaban de sobreactuar. Ahí está, pasó lo que dijimos que iba a pasar. Del mismo modo que está pasando en el país lo que muchos dijimos que iba a pasar en el 2015. Así que no me sorprende.
—¿Qué te genera?
—Dolor, mucho dolor. Veníamos de filmar cien películas por año, vamos a filmar con suerte quince y el año que viene ni te cuento. Y si esto dura…
—¿En qué momento te amigaste con esa inestabilidad de la profesión?
—No lo tengo bien claro, pero sé que hace varios años ya lo entendí. Debo decir también que es más fácil cuando tenés la suerte de no tener grandes baches, y yo, por suerte, he trabajado bastante, no he tenido largos períodos sin trabajo como suele ocurrir en esta profesión.
—En algún momento dijiste: «Si tuviera un superpoder, acabaría con el neoliberalismo». ¿Es el responsable de todos los males?
—Sí, claro, de los males de este mundo, mira cómo estamos.
—¿Qué sentís como papá del mundo que les estamos dejando?
—Ahora volví a desesperanzarme. No hace falta aclarar cuál es mi posición ideológica porque lo he dicho. Vivimos 12 años fantásticos de mejoras, faltaban cosas por hacer, pero estoy convencido de que ese era el camino. Y eso fue para mí una sorpresa, porque yo esperaba un futuro mejor para mis hijos y mis nietos, pero se convirtió en un presente eso que quería para el futuro. Y que ahora vayamos para atrás en tantas cosas es dolorosísimo. ¿Quién va a pagar por esta fiesta?
—¿Seguís con ganas de apostar por Argentina?
—Sí, claro. Lo que pasa es que los golpes, cuando pasa el tiempo, son cada vez más dolorosos, a uno le cuesta más asumirlos. También uno ve que hay todo un trabajo que hay que hacer de temas culturales.
—¿Cómo sigue tu año?
—Me voy a filmar una película a Barcelona, un thriller y luego, a fin de año, vuelvo y voy a filmar La casa de los conejos, una película sobre la novela de Laura Alcoba, que me interesa mucho también porque cuenta una historia muy importante para nosotros.
—Nuevamente felicitaciones por Te esperaré, siempre decimos que el cine nacional es importante verlo el primer fin de semana.
—Exactamente, hay que ir el jueves a la tarde, a más tardar el viernes, porque ya el sábado está decidido el futuro de la película. Hay otra cosa también que es buena saber, que es que nuestro cine se solventa a sí mismo. De la entrada del espectador hay un porcentaje que sirve para que se vuelva a hacer más cine.No sale de otro lado. Ni de los impuestos, ni se dejan de construir hospitales, ni se deja de pagarles a los maestros, no. La plata del cine sale del cine.Entonces, también una manera de colaborar para que se haga más cine es ver cine argentino.
Fuente: Infobae