Con River eliminado, la gran piedra con la que tropezó en los últimos años, asomaba la gran oportunidad de ir por la Copa Libertadores que no toca desde hace 13 años. Y pasará más tiempo, porque Boca fue goleado por Santos en Vila Belmiro (3-0) en un partido en el que no mostró absolutamente nada bueno. Esta vez, Miguel Ángel Russo, ganador de aquel título en 2007, no pudo elevar a su equipo pese a la ilusión que generaba un ciclo que transitaba con más satisfacciones que golpes.
No hubo reacciones. Adentro de la cancha su equipo fue demasiado pálido. Pareció no entender nunca el contexto: nada menos que el último partido de las semifinales, en el que debía mostrarse como candidato a quedarse con el título. Hay responsabilidad de Russo, claro, pero también los futbolistas (que él eligió) padecieron la revancha, que deja a partir de la goleada un olor a fin de ciclo para muchos
«Hemos cometido errores a los que no estamos acostumbrados y el rival aprovechó muy bien. Nos costó acomodarnos en el partido después de todo eso. En estas instancias pesa mucho», fueron las primeras sensaciones de Russo en la conferencia de prensa.
No existió, en ningún momento, la rebeldía que exigía un trámite que, a los 30 segundos, ya tenía un tiro en el palo de Marinho y, a los 15 minutos, tenía la apertura del marcador a través de Diego Pituca. En modo zombie, Boca vio cómo su rival lo apabullaba en el resultado, en el orden y, en la mayoría del tiempo, en el juego.
Y, a contramano, Boca se mostró displicente (Salvio perdió la pelota en el segundo gol por intentar un caño en su campo, por ejemplo) y se descontroló de la manera que más fastidia al entrenador y ha dejado claro en el vestuario en varias ocasiones: cuando el equipo más debía serenarse por la ráfaga de dos goles que recibió apenas iniciado el complemento, Frank Fabra decidió pisar con bronca a Marinho, que ya estaba en el suelo, y recibió la roja directa.
«La idea era jugar de igual a igual, como lo hemos venido haciendo. Es la primera vez que nos hacen tantos goles. Con el resultado puesto, seguramente hay otras situaciones que todo el mundo evaluará. Soy el responsable, me hago cargo de todo», sentenció el entrenador, al que se lo notó golpeado. Y hasta lo expuso: «Uno no se va bien. Esta derrota duele, era una semifinal abierta. Teníamos posibilidades y nos costó muchísimo. No tengo excusas. Llegar a semifinales y quedar afuera no es lo que uno espera».
Boca necesitaba goles en la segunda mitad. Franco Soldano no había tenido un buen partido y, apenas expulsado el colombiano, ingresó Ramón Ábila. Sin embargo, en el entretiempo ya había colocado a Julio Buffarini para reemplazar a Leonardo Jara -que la pasó demasiado mal con Braga- y a Nicolás Capaldo para reemplazar a «Pulpo» González -que sigue dejando dudas por su estado físico-. A su vez, antes que buscar el milagro juntando gente en el ataque, prefirió cubrir el sector izquierdo con Emmanuel Mas en lugar de Eduardo Salvio, un atacante que otra vez mostró un nivel preocupante.
Esa fue la última modificación. Evidentemente, Russo entendió que el combo de la goleada y la roja de Fabra no tenía solución. Mucho movimiento no cambiaría la historia. Porque, igualmente, todavía todos se preguntan por qué, a falta de un cambio para completar las cinco modificaciones y las tres ventanas para realizarlas, no hizo ingresar a Edwin Cardona ni a Mauro Zárate, postales repetidas de aquella derrota en Madrid.
Boca se despidió de su máximo anhelo con una imagen que dejará un considerable margen de análisis. Con Juan Román Riquelme en el Consejo de Fútbol y Miguel Russo en la dirección técnica, el sueño de recuperar la mística ganadora en la Libertadores era muy grande. No obstante, sin reacciones fue difícil y el reencuentro con el trofeo sigue prolongándose.
Fuente : La Nación