14-11-20 En su juventud, el galán más importante del cine español protagonizó una desopilante anécdota con el protagonista de “Camila”. En su madurez, luego de un ataque al corazón tuvo una auténtica lección de vida.
Dicen que “la fama es puro cuento”, sin embargo hay mucho artista dispuesto a creerse el libreto. Desde los que apenas ven su nombre en las carteleras se olvidan el del primo y el del portero, hasta los que pasan sin escala de la categoría “humano macanudo” a la de “celebridad insoportable”. Pero también están los que saben que cuentan con un trabajo excepcional, pero trabajo al fin, y conservan su esencia sencilla y amable. En esta categoría entra Antonio Banderas. Un hombre que nació bendecido con la belleza, fue arropado por el éxito, alcanzó todos sus sueños y sin embargo, los que lo conocen aseguran que todavía conserva esa mirada de aquel “que hizo mucho pero no se la cree nada”.
Banderas es hijo de José, un comisario y Anita, una maestra. De pibe, como casi todos los pibes, soñó ser jugador de fútbol. Era bastante talentoso y podía profesionalizarse, pero entonces se rompió un pie. Ese presente cambió su futuro. Aburrido fue a ver la obra Hair y descubrió que quería actuar. Colgó los botines y se anotó en la Escuela de Arte Dramático de Málaga. En mucho menos de lo que dura un campeonato obtuvo su primer papel.
Antonio Banderas nació el 10 de agosto de 1969 en Málaga. Reuters
A los 19 dejó Málaga y se fue a Madrid. España dejaba atrás el franquismo, ese tiempo donde los matrimonios civiles se anularon, el divorcio no existía, los homosexuales eran perseguidos por la Ley de Vagos y Maleantes y a las lesbianas se las encerraba en un manicomio. Ese tiempo donde si una pareja quería compartir una habitación en un hotel debía presentar su libreta de casados y la película de Chaplin El gran dictador de 1940, se consideraba tan peligrosa que se exhibió “apenas” 26 años después.
Pero cuando Banderas llegó a Madrid hacía cinco años que Franco había muerto y la ciudad era una fiesta. Las calles estaban sacudidas por una marea cultural que congregaba artistas e intelectuales. Eran tiempos de rock, de muestras de arte, de fiestas libres y de libertad para fiestas. Era “la movida madrileña”.
Banderas no entró a la capital con la timidez del recién llegado sino con la seguridad del conquistador. Del que arrasa el mundo nuevo porque cree le pertenece por prepotencia y por derecho. Con una simpatía de leyenda y una belleza de mito, su amiga Rossy de Palma le supervisaba a las mujeres porque “ve una farola con faldas y va detrás”. “Ligaba demasiado y allí estaban ellas para poner cordura. Teníamos muchas ganas de comernos el mundo”, explicó de lo que no necesitaba explicación.
Apareció como actor en más de 40 películas. Además, dirigió cuatro películas y produjo otras seis.
Entonces conoció a Socorro Anadón, una actriz, profesora y productora de teatro que se acababa de divorciar de otro actor que se había mudado a Cuba y que, como Antonio, también detentaba belleza de dios y deseos de demonio. Se llamaba Imanol Arias.
Socorro y Antonio comenzaron un romance. Pero el ex marido volvió y alguien le sopló que su ex estaba con otro actor. Por curiosidad más que despecho, Imanol averiguó quién era. Lo encontró en la Compañía Nacional, apenas lo vio dijo “hostias, qué tío”. Lo que pintaba para “lío de polleras” se transformó en hermandad.
Los posibles rivales se convirtieron en compinches de teatro, vida y parranda. Aplicaban a rajatabla la regla del “tres por uno”. Tres días para actuar, divertirse y crear y uno para dormir. Bebían la vida no en vasitos de anís sino en la bota de Pamplona, esa que se toma al aire libre, se comparte con amigos, te deja con manchas en la pechera y nunca te alcanza.
Y entonces conoció a Pedro Almodóvar. Banderas tomaba un café con otros actores y el director apareció con un maletín rojo y los sedujo con esa arma tan simple como letal: el humor inteligente. “Se sentó, habló, muy gracioso, un monólogo que no recuerdo sobre qué, pero recuerdo reírme, pensando que era un tipo muy ingenioso”, recordaría el actor. Antes de partir, Almodóvar miró, más bien cató a Banderas y le aseguró que tenía una cara romántica y que necesitaba filmar películas.
El director convocó a Imanol y Banderas para protagonizar Laberinto de pasiones, una historia de amor homosexual. Una noche, después del rodaje se fueron directo a lo que era casi su segundo hogar: el boliche Rock-Ola. Cambiarse era perder tiempo y partieron con los pelos de colores y los trajes estridentes de sus personajes. Pero al llegar había una redada policial.
En 1982, Banderas e Imanol Arias rodaron «Laberinto de pasiones».
Apenas pusieron un pie en la vereda, un oficial con mas cara de orden que de ley, les gritó: «El maricón y el otro p’aquí’ y pidió documentos, pero Antonio había lavado los pantalones con su identificación adentro. Mostró un papel cachuzo con una foto que no se veía y un nombre que no se leía y se lo extendió al oficial que lo miró furioso. Sabiendo que llevaba las de perder, Imanol se quedó callado pero Banderas carraspeó y con voz segura le dijo al agente. “Por favor, que soy hijo del Cuerpo”. No dijo “hijo de policía”, “ni mi padre es comisario”, dijo “hijo del Cuerpo”, porque si bien su documento era una porquería, el Cuerpo era el Cuerpo y el sentido de pertenencia un blasón. Sin embargo, de nada valió el cargo del padre; hijo y amigo fueron empujados al camión de detenidos.
En la furgoneta se encontraron con otros detenidos. Un abogado gritaba “soy funcionario del Estado exijo ir al baño”. “Cállate, cállate que nos van a llenar de guantazos”, le advertía Banderas. En la comisaría los metieron en un calabozo. “Que soy hijo del Cuerpo, llamen a mi padre”, rogaba Antonio ante un Imanol que solo asentía. Por insistente o por pesado logró que un agente llamara a su padre. Pero claro uno era agente y otro, comisario. Fue entonces que escucharon que el subalterno se dirigía a su superior temerosamente para avisarle que alguien que decía ser su hijo estaba detenido. “Comisario, que acá tenemos a un Antonio que asegura que es su hijo y actor. Y usted dirá, pero está aquí. Y no solo eso…. Está aquí, con un señor, con un muchacho que pues… es raro, muy raro”. Del otro lado de la línea confirmaron que Antonio era su hijo y que el raro se llamaba Imanol y era su mejor amigo. Obediente pero algo espantado el agente remató: “Pues que deben ser muy amigos porque este chico, el Imanol es bien pero bien marica”.
Los amigos fueron liberados siguieron con su amistad. sus carreras y sus vidas. Imanol se quedó en España pero Banderas logró el reconocimiento internacional que comenzaría con la nominación al Oscar de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Su gran oportunidad le llegó un año después en la piel de un chico con Sida en Philadelphia, donde compartió protagonismo con Tom Hanks. Actuó junto a Tom Cruise y Brad Pitt en Entrevista con un vampiro y al lado de Madonna en Evita.
Junto a Madonna y el director, Alan Parker., REUTERS/Fred Prouser/File Photo
Con una estrella en el Paseo de la Fama y una carrera cinematográfica consagrada, Banderas recordó su mortalidad. En enero de 2017 sufrió un infarto de miocardio, esa experiencia lo cambiaría para siempre.
“Estaba en la cama del hospital todavía lleno de tubos, una señora mayor, una enfermera la que nunca había visto, se acercó y me hizo la pregunta más extraña que me han hecho en la vida”, relató, “Me preguntó que por qué creía yo que la gente dice “te quiero con todo mi corazón” y no ‘te quiero con todo mi cerebro’ o ‘te quiero con todos mis riñones”.
Entubado escuchaba absorto a esa mujer con traje de enfermera y palabras de sabia que le explicaba que el corazón no es solo un órgano esencial para mandar oxígeno a nuestro cuerpo, sino también un almacén para los sentimientos. «Y que por eso iba a estar muy triste en los próximos tres meses. No deprimido, que eso es algo médico. Se refería a triste de verdad. Pero que estuviera tranquilo porque cuando superara esa fase iba a ser una persona totalmente diferente. Me aseguró que iba a aprender algo muy bonito de esta experiencia”.
En 2017 se sometió a una operación en la que le implantaron tres stents en las arterias coronarias – EUROPA ESPAÑA SOCIEDAD
La mujer tenía razón “Un par de semanas después estaba en mi casa de Londres viendo películas y me puse a llorar. En realidad todo me hacía llorar: un cuadro, cualquier cosa bella. Y yo nunca he sido un llorón. Pero desde la operación era como si alguien me hubiera quitado una capa de piel y todo me parecía más auténtico, más crudo”.
La experiencia lo nutrió para cumplir su personaje en la película Dolor y gloria, pero sobre todo para convertirse en una mejor persona. “Sé que sufrir un ataque al corazón es horrible, especialmente si no sobrevives. Pero también puede ser algo bueno. De hecho, es una de las mejores cosas que me podían haber pasado nunca”. Ya sabemos podés ser el actor más hermoso, el hombre más feliz, pero si se te rompe el corazón solo podés hacer dos cosas: sanar y aprender.
Fuente : Infobae