Informe
Los contextos fueron distintos, al igual que los resultados. Cada proceso de dolarización que se encaró en América Latina contó con características propias que diferenció a uno del otro. Pero hay algo en lo que sí coinciden los especialistas de los tres países latinoamericanos que reemplazaron su moneda local por el dólar: las economías ganaron estabilidad y evitaron devaluaciones repentinas, aunque también tienen fallas que generan fuerte disconformidad en la población.
Ecuador, El Salvador y Panamá son los tres países de la región que tienen sus economías dolarizadas. El primero inició el proceso en medio de una fuerte inestabilidad económica en el 2000. Los salvadoreños lo hicieron un año después para evitar riesgos de devaluación, entre otros factores.
Distinto fue el caso de los panameños, que adoptaron la moneda norteamericana desde su nacimiento como Estado independiente para favorecer el comercio a través del Canal de Panamá.
“La dolarización puede ser la solución, pero no es una varita mágica”, advirtió el economista Claudio de Rosa, uno de los ‘padres’ de la dolarización en El Salvador. Y agregó: “Hay que trabajarlo con tiempo, establecer las grandes bases, tener los dólares en la reserva, reducir el déficit fiscal y comprender que el banco central empieza a ser independiente y ya no le podrá prestar más dinero al estado”.
A pesar de que no en todos los casos la dolarización sirvió de impulso para el desarrollo económico o para mejorar los índices de desigualdad social –muy presentes en América Latina-, en los hechos el cambio de moneda ayudó a mantener en línea el aumento de precios. Por caso, mientras en agosto la Argentina tuvo una inflación interanual de 124,4%, en El Salvador fue de 3,1%, en Ecuador de 2,6% y en Panamá de 2,2%.
Como en algunas ocasiones las cifras por sí solas pueden esconden realidades distintas, TN recorrió los tres países dolarizados de América Latina para relevar cuáles fueron los beneficios y las falencias de estos procesos.
El Salvador: entre la estabilidad fiscal y la informalidad laboral que impacta en los sueldos
El 1 de enero de 2001 El Salvador empezó un proceso de dolarización impulsado por su entonces presidente Francisco Flores. La decisión no respondió a una crisis económica que existiera en aquellos años sino más bien a intereses comerciales y a la búsqueda de una estabilidad financiera y monetaria para los años siguientes.
El gobierno estableció que 8,75 colones -la moneda local- pasarían a ser un dólar y lentamente se empezó a dolarizar toda la economía: sueldos, pensiones, fondos del Estado y más. Pero llevó más de 5 años completar el proceso porque El Salvador no cumplía con todos los requisitos necesarios para adoptar la moneda norteamericana como de libre circulación.
“En un inicio no había la cantidad de dólares suficientes para comprar todos los colones que estaban en circulación, por eso se necesitó de la aprobación de Estados Unidos y por lo menos dos años hasta que el país alcanzó las reservas en dólares necesarias”, explicó el economista Claudio de Rosa, uno de los ‘padres’ de la dolarización e investigador del Observatorio de Políticas Públicas de la Facultad de Economía de la Universidad Francisco Gavidia (UFG).
Con un guiño hacia la Argentina, de Rosa aseguró que el país podría empezar un proceso de dolarización, pero advirtió que “tiene que empezar a tomar reservas internacionales, es uno de los primeros requisitos que hay que tener”. El Banco Central de la República Argentina hoy no cuenta con esa capacidad. “Hay que ser conscientes también de que el banco central se cierra y deja de tener la posibilidad de prestarle al Estado”, agregó el economista.
A El Salvador la dolarización le sirvió para cerrar un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, ampliar los plazos de los créditos, bajar las tasas de interés y procurar una mayor disciplina fiscal. A lo largo de las últimas dos décadas logró mantener una inflación interanual menor al 3% o 4%. Aún así, al recorrer las calles de San Salvador, la capital, son muchas las personas que sienten que el dinero no les alcanza.
“Ganamos en dólares pero no nos abunda el dinero para ahorrar o viajar, solo llego a comprar la comida y vivir”, dice Juan José Cortez, farmacéutico en un pequeño barrio salvadoreño.
“Beneficia mucho a la clase alta y no a la baja”, reclama otra comerciante en el centro de la ciudad. Sucede que en un país donde casi el 70% de los trabajadores tiene un empleo informal, la inflación acumulada de casi el 15% en los últimos tres años producto de la crisis generada por el COVID-19 hizo que muchos pierdan parte de su poder adquisitivo.
Ecuador: fuerte respaldo pero con el recuerdo del shock de la dolarización
El 9 de enero de 2000 el por entonces presidente ecuatoriano Jamil Mahuad inició la dolarización en un contexto de fuerte crisis económica y polarización política que terminó con su gobierno pocos días después de empezar el proceso.
Ecuador había alcanzado una inflación cercana al 90% interanual en 1999, la devaluación oficial de la moneda se ubicaba en torno al 50% anual, algunos bancos se habían ido del país, se agigantaba la deuda y existían riesgos de corridas bancarias.
“En los 90′ Ecuador tuvo una crisis de inflación y devaluación similar a la que tiene hoy la Argentina”, explicó Walter Spurrier, economista y analista financiero de Ecuador. Fue en este contexto en el que el gobierno ecuatoriano estableció que 25.000 sucres -la moneda local- pasarían a ser un dólar. La primera respuesta no fue positiva: por unos meses la inflación se disparó a máximos históricos, se redujeron fuertemente los salarios y jubilaciones e inclusive muchos se fueron del país.
Ese shock inicial quedó bien presente en la sociedad ecuatoriana, aunque rápidamente la dolarización comenzó a generar un efecto positivo. La pobreza pasó de estar en torno al 58% en 2000 a cerca de 45% para diciembre de 2001. Al mismo tiempo, para enero de 2002 -dos años después de iniciar el cambio de moneda- la inflación se ubicó en 16% y desde 2003 Ecuador ya no volvió a tener aumentos de precios de dos dígitos.
“La dolarización hizo que después de mucho tiempo las familias pudieran empezar a planificar para comprar una casa o pagar una hipoteca”, aseguró el economista Spurrier. “La clase media se expandió y por eso adoran el dólar”, sumó. Lo cierto es que una encuesta realizada por la consultora Cedatos arrojó en 2015 que el 85% de los ecuatorianos respalda al dólar.
De todas formas, están quienes reclaman que los sueldos siguen sin alcanzar. Tal es el caso de Ricardo Cruzatty, un periodista que recuerda como en el 2000 el comercio de sus padres quebró por la dolarización y su mamá decidió irse del país. “Los alquileres y la comida es cara, un sueldo de 1000 dólares para una pareja recién casada no alcanza”.
Al mismo tiempo, en los últimos años Ecuador experimentó un fuerte aumento en sus índices de violencia. Los grupos narco criminales se disputan el comercio de la droga y tomaron gran parte de las ciudades costeras del país para tener salida directa hacia el Pacífico. Distintos expertos advierten que la dolarización ayudó a que estas bandas tuviesen más facilidades para lavar dinero y afianzar un circuito delictivo que hoy atemoriza a prácticamente todo el país.
Panamá: dolarizado desde su nacimiento y con fuerte desigualdad social
El caso panameño es bien distinto al de Ecuador y El Salvador. Panamá adoptó el dólar ya en 1904 a los pocos meses de independizarse de Colombia en noviembre de 1903. Lo hizo como garantía económica para los Estados Unidos por la construcción del Canal de Panamá y para asegurarse un libre flujo de capitales para el comercio exterior. Muchos consideran que, por su posición geográfica, es el punto de encuentro entre el norte y el sur americano.
Un balboa -la moneda local- equivale a un dólar y prácticamente no tiene circulación, sólo es posible encontrar monedas de un balboa en algunos comercios. “En el caso de Panamá fue muy acertada la decisión de dolarizar”, enfatizó Samuel Moreno, presidente del Colegio de Economistas de Panamá, entre los característicos rascacielos del centro financiero de Panamá City, la capital.
Si bien en 2022 la economía panameña creció un 15%, el índice más alto de América Latina, y la inflación se ubicó en el 3% anual, al país lo aqueja la fuerte desigualdad social que queda a la vista a los pocos minutos de recorrer las calles de la capital: detrás del paisaje de los rascacielos se esconden barrios humildes y precarios que nada tienen que ver con los lujosos barrios que no están a más de 5 o 10 minutos de distancia.
“La clase media es muy chica”, afirmó Ariela Vinitzky, una consultora política argentina que desde hace 15 años está radicada en Panamá. “En este país hay muy poca gente que es muy favorecida, mientras que el grueso de la población no lo es”, agregó. De todos modos, remarca que esa desigualdad no responde a la dolarización en sí, sino que “tiene que ver con un modelo donde no se evalúan las necesidades insatisfechas de los que menos tienen”. En el índice Gini, que mide la desigualdad, Panamá se posiciona en el tercer lugar de América Latina.
A lo largo de estos más de 100 años fueron pocos los momentos en que la economía panameña se vio impactada por grandes cimbronazos internacionales. En términos generales la experiencia de la dolarización en este país fue positiva. En una economía estable muchos remarcan las posibilidades que tienen de acceder a hipotecas y créditos. El salario promedio ronda los 1400 dólares, pero con experiencia y educación puede saltar a bandas mucho más altas.